Si hay algo de lo que huyo como un gato escaldado es de darme autobombo. No sé venderme y en las pocas ocasiones en que lo he hecho lo he pasado fatal. Prefiero demostrar lo que hago que contarlo.
Me siento torpe y me da mucha vergüenza, pero es lo que hay y no lo puedo remediar. Tiemblo como un flan, me pongo como un tomate maduro y no sé hacia dónde mirar ni dónde meterme.
Y si es otro quien me alaba todavía lo paso peor, termino deseando que la tierra se abra a mis pies y me engulla como una boa constrictor a su presa.
Es irónico, pero cuando son otros los que hacen algo que me parece bueno, ahí no tengo inconveniente en hacerles el aleluya y cantar sus alabanzas. Incluso les maquillo los defectos si las ventajas los compensan.
Como sabes si ya me seguías antes, empecé esta newsletter sin pensarlo demasiado porque si lo hacía nunca me pondría en marcha. El síndrome del impostor me persigue más que mi propia sombra en agosto. Cumplo todos los requisitos. A saber:
Pienso que a nadie le importa lo que escriba, para qué van a perder el tiempo leyéndome.
Los pocos que ponen interés, seguro que es para sacar faltas y criticarme.
Y además tienen razón porque lo que escribo es una mierda pinchada en un palo.
Y venga, que saco el látigo de cuero que viene la Semana Santa y es el complemento ideal.
Y...
¡Basta!
Ayer (hablo por el pasado lunes cuando recibas esta página) me harté, le di vacaciones adelantadas, lo mandé a paseo y por ahora no ha regresado.
Estaba tan contenta por su marcha que decidí contar a mis contactos de WhatsApp la existencia de esta newsletter, para que quien quisiera le echase un vistazo y al que le apeteciera más se pudiera suscribir. La tarea era sencilla, solo había que tocar unas teclas en el móvil.
Pues metí la pata.
El plan era infalible (a priori):
Paso 1: Desbloquear el móvil.
Paso 2: Abrir el WhatsApp.
Paso 3: Crear una lista de difusión para enviar un mensaje masivo a todos mis contactos.
Paso 4: Antes de enviar el mensajito de marras, hacer un filtrado para no dar la tabarra de más a los que ya están suscritos, que no se puede abusar y ya sabes lo que se dice de la confianza.
El paso cinco ya no importa, porque en el tres y medio llegó la hecatombe.
Se suponía que estaba poniéndole nombre a la lista de difusión, cuando... no tengo ni idea de lo que hice, pero pasó. Te juro que he intentado averiguar dónde me colé para aprenderlo pero me ha resultado imposible.
En la pantalla apareció lo que iba a ser el nombre de la lista como un mensaje enviado. Todos y cada uno de los contactos que mantienen mi número de móvil en sus agendas recibieron este tierno texto: “Difusión newsletter”. Así, pelado. Recé porque la boa constrictor acudiese a mi rescate para tirarme a su boca de cabeza. Sigo esperándola.
Al momento me di cuenta de lo ocurrido, y como te puedes imaginar, procedí a borrar el mensajito. No sé si fue una buena solución, porque entonces lo que vio todo el mundo fue que yo les había escrito algo y me había arrepentido.
Ahora que conoces los antecedentes, te puedo decir que esta situación banal hace no demasiado tiempo me hubiera provocado un colapso. Me habría quedado bloqueada, con la mente en blanco sin saber qué hacer. Y, por supuesto, de airearlo por ningún sitio para que pudieran reírse de mí, nanay.
Sin embargo, al momento de darme cuenta de mi metedura de pata, permanecí serena. En unos segundos empecé a redactar una breve explicación de lo sucedido y, aún no había terminado de prepararla, cuando el móvil avisaba de que los primeros mensajes iban llegando.
Recibí desde bromas como “para una vez que me escribes, pon algo”, hasta pegatinas y memes que no sabía que existieran para sucesos similares. Al parecer esto pasa con más frecuencia de la que imaginaba. También llegaron mensajes de los que se preocuparon y preguntaban si me pasaba algo, si estaba bien. O los que me pedían que les explicase lo que tenían que hacer para ayudarme.
Por otro lado, la ocasión vino de perlas para ponerme al día con unas cuantas personas que pese a la falta de contacto físico pude comprobar que el mental continúa ahí. Me recuerdan como yo les recuerdo y me parece maravilloso.
Transformé lo que a priori era un suceso negativo para mis objetivos en una versión mejorada de ellos. Fui (soy) capaz de lidiar el envite con resolución. Aquí lo dejo escrito para que conste y mi yo del futuro lo sepa cuando lo necesite, que los grandes acontecimientos se comen los detalles diminutos del día a día. Y estos también importan.
Cita para pensar
No trates de que las cosas ocurran como tú quieres; quiere, más bien, que las cosas que ocurren sean como son, y la vida transcurrirá con tranquilidad.
Epicteto.
Muy lindo el escrito, felicidades🎉🎊
Al Leerte quise que de enviaran todas las invitaciones a leerte. Lo que Se pierden